Ya de niño, Luis Amaranto Perea soñaba con ser futbolista. Vivía en una familia muy humilde, con lo justo para sobrevivir. En su tierra natal, Turbo, región bananera del occidente colombiano de escasa tradición futbolística, su sueño no era posible. El futuro estaba en la capital, en Medellín. A los quince años un amigo le invitó a irse con él a la gran ciudad. Perea metió en una maleta sus botas y emprendió viaje a lo desconocido. Atrás dejaba a sus padres y hermanos y se embarcaba a la aventura. Todavía hoy sonríe cuando lo recuerda.
El primer empleo lo consiguió en una fábrica de calzado como encargado de juntar los zapatos que había que llevar a cada tienda. Un trabajo a tiempo partido que le permitía jugar al fútbol
A Perea siempre le ha gustado valerse por sí mismo. Lo demuestra todos los domingos en el terreno de juego, y lo demostró cuando a los quince años se vio solo en Medellín. No quería suponer una complicación más para su familia. Por eso buscó un trabajo nada más pisar la ciudad. El primer empleo lo consiguió en una fábrica de calzado como encargado de juntar los zapatos que había que llevar a cada tienda. Un trabajo a tiempo partido que le permitía jugar al fútbol. Sus días se dividían en dos: por las mañanas entrenaba con el Deportivo Antioquía y nada más salir comenzaba su jornada laboral. “Llegaba rendido a casa. Muchas veces tenía que salir del entrenamiento porque estaba cansado tras estar trabajando toda la tarde anterior”. Pero sabía que este esfuerzo era el peaje para conseguir su sueño: llegar a ser futbolista profesional.
La situación se complicó cuando el dueño de la zapatería se acercó a Perea y le dijo que sus días como trabajador a medio tiempo se habían acabado. Quería que trabajara todo el día en la fábrica. Pero Amaranto, como es más conocido en Colombia, lo tenía claro. Dijo que no. “Lo mío era el fútbol. Mi objetivo no era trabajar porque para eso me quedaba en casa”.
“Lo mío era el fútbol. Mi objetivo no era trabajar porque para eso me quedaba en casa”. De nuevo volvía al principio. Se pateó las calles de Medellín en busca de trabajo. Lo encontró en una casa de helados. El dueño era un enamorado del fútbol
“Lo mío era el fútbol. Mi objetivo no era trabajar porque para eso me quedaba en casa”. De nuevo volvía al principio. Se pateó las calles de Medellín en busca de trabajo. Lo encontró en una casa de helados. El dueño era un enamorado del fútbol
De nuevo volvía al principio. Se pateó las calles de Medellín en busca de trabajo. Lo encontró en una casa de helados. El dueño era un enamorado del fútbol, “por eso me decían que parecía su hijo, porque me consentía mucho y me permitía seguir entrenando”. Así estuvo durante dos años hasta que el cansancio llegó a tal extremo que debió tomar una decisión: elegir entre el trabajo y el fútbol. “Decidí quedarme con el fútbol porque si yo no jugaba, no tenía sentido que me quedara”.
El fútbol se convirtió en su única preocupación, pero la oportunidad no llegaba. No tenía un equipo preferido ya que “lo único que quería era jugar. En aquellos momentos me valía cualquiera”. Pero el que llegó fue el Independiente de Medellín, que le abrió una pequeña puerta para alcanzar lo que siempre había deseado. Cuando salió de Colombia para irse a Boca Juniors, esa puerta se había hecho muy grande. Luis Amaranto Perea se iba del país como ídolo de la hinchada colombiana.
Chico humilde y simpático, recuerda con orgullo su pasado. “Sé lo que es pasar por situaciones incómodas y sé lo que es necesitar alimentos”, por eso alcanzar su sueño tiene mucho más valor. Lo dejó todo por el fútbol y hoy el fútbol le está devolviendo el favor. Está tan ilusionado como aquel chico de quince años que partía de Turbo con dirección a un futuro incierto. Aprovecha cada día en el fútbol porque sólo él sabe lo que le ha costado llegar hasta donde está. Hoy es uno de los mejores centrales del mundo, pretendido por los grandes y, después de contar sus orígenes, ejemplo para muchos chicos que quieren alcanzar una ilusión.
“Papá, abandono”
A los dos años de llegar a Medellín, un momento crítico pudo cambiar la vida de Perea. Cansado de tanto esfuerzo sin recompensa, estuvo a punto de dejarlo y colgar las botas. “Lo veía muy difícil. Le dije a mi padre que quería abandonar, volver a trabajar con él a Turbo y ayudar en casa. Él me respondió que lo intentara un año más, porque me veía condiciones para triunfar en el fútbol. Así fue como regresé con más entusiasmo que nunca”. Hoy el fútbol le da las gracias al padre.
Tomado de : www.mediapunta.es
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